jueves, septiembre 27, 2007

Taitantas palabras (IV)


Ya no hay lágrimas.
El torreón antes era mi lugar favorito para esconderme cuando Arturo me perseguía con su caballo. Me decía que como era mujer no podía montar, me empeñé y aprendí, en las cuadras, gracias al paje de mi padre (que por cierto me miraba mucho al pecho cuando practicábamos el trote). Nunca se lo demostré, a Arturo digo, lo bien que montaba y todo lo que llegaba a correr. Una noche me escapé y recorrí con la melena suelta el puente que nos separaba de la aldea...
Nadie se enteró.
Si lo hubiesen sabido, hubiese tenido que esconderme en el torreón, otra vez, cerca de la alcoba de mi madre, bajo las escaleras como hacía cuando era pequeña.
No he vuelto a llorar desde que llegué al convento. La habitación es fría y no hay un colchón cómodo. Algunas noches el suelo me parece más confortable, a pesar de su dureza. Creo que también mi corazón ha dejado de ser blando.
Ya no hay lágrimas y la R de mi nombre empieza a sonar con más furia... MORGANA